Mis queridos lectores. Ayer tuve una crisis bastante fuerte. Alguien a quien aprecio demasiado estuvo en peligro y me sentía tan mal, sin ningún hombro en el que llorar, que escribí un pequeño fragmento. Una vez más, las letras me proporcionaron un refugio que nada ni nadie, me puede dar. Un amigo, al igual que las palabras, también me apoya, solo que son dos maneras diferentes. Espero que les guste.
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Ella siempre hablaba de la muerte. Pero jamás la había sentido tan cerca ni tan fuerte como el día en que vio a su padre llegar al hospital. Su padre, bañado en sangre, ni siquiera podía caminar… Ni siquiera podía moverse. Y ella se sintió mal, sobre todo porque últimamente no mantenía una buena relación con él. En ese instante, se sintió como basura: una mala hija.
La muerte. Qué tonta había sido al hablar de ella, al tratar de burlarla , al tratar de encararla y tratar de decirle: cuando llegues, no dolerá. Podía aceptar que todos morirían algún día, pero no podía negar que sufriría por la muerte de alguien a quien amaba. Había sido tonta y estúpida, porque aunque no quería enfrentarlo, el hecho es que dolía… y dolía mucho.
Su padre no había muerto, pero tampoco le habían avisado que estaba vivo y bien. Ella esperaba. No sabía si la muerte ya había llegado, si estaba rondando en ese momento o si llegaría en unos cuantos minutos u horas. Aun así, la muerte, con tan solo pensarla e imaginarla, ya le perforaba el cuerpo.
Le hastiaba esperar. La recepcionista no informaba nada. Y ella seguía esperando. Estar perdida, a la deriva, le hastiaba, le hacía perder los estribos. Esperar…
-Él se encuentra bien –decía un doctor, en su mente.
-Está fuera de peligro –murmuraba otro, después de que el primero hubiese desaparecido.
Y el tercero, el ultimo, decía:
-Lo lamentamos –y ella irrumpía en llanto… su alma se desgarraba…
Estaba enloqueciendo. Y mientras esperaba, las razones por las cuales una simple caída pudiera complicarse, aparecían cada vez más en su mente, en su imaginación.
Muerto.
Mientras esperaba se retorcía, pensando en todo lo que podía salir mal.
Una parte de ella quería perder la fe, dejar de creer. Pero no dejaría de creer. Confiaba plenamente en sus ángeles plata, los angeles guardianes o de vida; sabía que ellos amenizarían el dolor de su padre.
Los ángeles le entregarían a su padre, sano y salvo.
Confío en ustedes , ella susurró.