Reíste cuando dijeron que tenías gustos raros. Me habría gustado tomar la palabra "raro" como algo bueno, pero mi mente insegura solo hizo mandarme señales rojas, señales que quedaron marcadas al rojo vivo en mi pensamiento, en mi piel. ¿Por qué no les dijiste que no era raro, sino deferentes? ¿Por qué no les dijiste que me preferías a mí sobre todas las demás? ¿Por qué no les dijiste que, en el momento en que sentiste interés en mí, pensaste que era única?
Cuando te despediste en mi puerta, sonreíste y me besaste como si nada hubiese ocurrido.
—Te quiero —murmuraste en cada beso. Me quedé muda. Me miraste esperando alguna señal de que diría las palabras que necesitabas escuchar.
—Adiós —te di un último beso y cerré la puerta de casa para no verte más esa noche. Me había lastimado que no aclararas que raro estaba bien, porque yo necesitaba saber que raro está bien cuando se trata de mí; yo lo necesitaba tanto como tú escuchar esas palabras. —Y yo a ti —pero ya no estabas.
No lo supiste. No supiste que ya era muy tarde, que ya podías destruirme si lo querías.