5.19.2018

Una carta para el Gordito, mi gato callejero



Mi querido Gordito, te contaré una historia para un sueño perpetuo:

¿Recuerdas cuando llegaste a la casa y te peleabas con nuestros gatos? Eras tan parecido a Mermelada que algunas veces te confundimos con ella. Cuando no te vimos, no teníamos ni idea de todo lo que pasaría. Te dimos de comer y aceptaste la comida, aunque estabas temeroso. Cuando te dejaste cargar por primera vez, celebramos. Significaba que tenías confianza y que, poco a poco, podríamos acercarnos a ti para alimentarte y esterilizarte. El plan era devolverte a la calle porque ya teníamos seis gatos y eran muchos.

Después de tu esterilización te marchaste a pelear con quién sabe qué gato y pensamos que no regresarías, pero lo hiciste. Bueno, a medias. Regresaste con una oreja herida que requirió vendaje, curaciones diarias y medicamentos. Carajo, se te hizo un hueco gigante en la oreja. ¡Como si lo necesitaras! Ya traías pocos dientes, las orejas rajadas y un párpado interno rasgado también.

Supongo que te gustó la vida de casa porque volviste para quedarte dos años completos.

Después te fuiste a ratos, a veces para pelear, otras para pasear. A mamá la hiciste enojar muchas veces cuando te orinabas en su cuarto o marcabas territorio. A mí me aruñaste varias veces en el afán de amasarme mientras te acariciaba. Descubriste que el catnip te piraba, te ponías loco y te restregabas emocionado en el suelo. ¡Hasta babeabas!

Un día, dejaste de hacer pipí. Te llevamos varias veces al médico hasta que mejoraste. Tuviste que cambiar tu dieta porque, de alguna extraña manera, llegaste a pesar más de 7kg. Comenzamos a llamarte El Gorodito. ¿Cómo ocurrió eso? No tengo idea. Bajaste de peso, pero la pancita te quedó igual de flojita, la gordura aguadita era perfecta para acariciar. Te encantaba restregarte contra mi rostro y robar la comida de Chupi, orinar por todos lados, pararte de forma extraña en el arenero, pelear con los demás, subirte a mi cama. Una que otra vez robaste comida y guardé el secreto para que no te regañaran.

Ahora sé que cometí un error muy grave. Di por hecho que ya no tenías problemas de salud, que seguirías aquí haciendo de las tuyas. Pero las cosas no eran así y se estaba formando una bomba de tiempo que te llevó a tener problemas en tus riñones. Así que verte con cables pegados a tu cuerpo, ver tu respiración pesada y tu mirada perdida, escuchar tus quejidos, me llevó a hacer la pregunta que tanto miedo me daba hacer.

Pronóstico reservado. En otras palabras: grave. Las posibilidades de sobrevivir eran muy bajas. ¿Debía darte la oportunidad? ¿Debía permitir que sufrieras más para ver si lograbas salir, aunque probablemente estuvieras condenado a una vida mucho más difícil? ¿O debía terminar con todo de una vez? Nunca en mi vida había tenido que ser tan fría. Y escribir mi nombre y firma no me había parecido tan difícil.

Hoy tuve que decidir por ti. Pude ver pasar nuestros momentos en mi mente. Simplemente porque soy masoquista y porque tenía que recordar quién eres. Tenía que recordar que, a pesar del dolor, lo único que podía hacer era agradecerte enormemente todo lo que habías hecho por mí. Todas las risas, las fotos de ti durmiendo, las veces que me rasguñaste o mordiste, lo mucho que te gustaba que te cepillaran el mentón y el lomo, lo mucho que detestabas que te cepillaran la cola.

Así que, como te lo dije antes de que durmieras, ¡GRACIAS! Gracias por todo y por ser el mejor gato que pude tener. No habrá jamás, en todo el universo, en todas las dimensiones, en toda la existencia, un gato como tú. Tú eres tú. Y tenías tu personalidad. Así que gracias por ser parte de mi vida. Gracias por todo el amor que me diste y el amor que aceptaste. Me hiciste crecer y amar. Ese amor fue magnífico mientras duró y estoy enormemente feliz por ello.

Preguntarme qué habría pasado si no te hubiese adoptado, no tiene caso y a pesar de ello, no puedo evitarlo. Una parte de mí cree que te condené, otra me dice que te di la oportunidad de vivir dos años sin temor a lo que pudiese ocurrirte en la calle. Dos años de un techo, de calor, alimento y agua, amor, palabras de amor, risas y aventuras, atún y catnip; dos años de juegos, besos y diversión.

Sé que el dolor es inevitable. Sé que cuando amas, también te arriesgas a sufrir. Pero el dolor en cada fibra de mi ser y mi alma vale la pena por todo lo que vivimos juntos. Te amo, en verdad. Y siempre te amaré. Fuiste, eres y serás parte de nuestra familia.

Espérame, pues algún día nos volveremos a encontrar. Allá, en el arcoíris. Llevaré catnip.
Con amor siempre,
Ana.

Te dedico una canción.



1 comentario:

  1. Ay Ana, ojalá tuviera palabras mágicas que arreglaran todo. Pero pues no, y lo único que puedo pensar en hacer es decirte que admiro tu fuerza. Somos afortunados de haber cruzado nuestros caminos contigo.

    ResponderEliminar

Escúpelo, que dentro te hace daño.