8.23.2011

Pies preocupados


La primera vez que se vieron fue en un evento organizado por una librería en la Ciudad de México.

El clima era frío y los pocos arboles que había en aquella tremenda y concurrida ciudad habían perdido sus coloridos vestidos, sus hojas secas cayeron a través de las ráfagas de viento helado y se deslizaron entre el montón de personas que a diario caminaban por allí. En algunas ocasiones las hojitas se levantaron juntas al paso de las bicicletas rentadas para mejorar la salud del medio ambiente. Los coches pitaron, una y otra vez.



El ángel de la Independencia se alzaba imponente en sus tonos dorados. Algunas personas se tomaban fotos en su base, sonreían y festejaban estar en uno de los iconos de la Ciudad de México. Siguió caminado y al poco rato, observó la escultura del El Caballito. Recordó la primera vez en que la había visto y cómo, por si sola, gracias a su imaginación, había descubierto su significado. Una pareja de extranjeros, con la piel pálida y los ojos azules miraron su guía del 2004 y continuaron caminando por aquella avenida. La chica escritora, que aun disfrutaba de aquellos encantadores paseos a pie, los reconoció como franceses. Ese encantador arrastrar de letras, ese no-sabía-qué que siempre le había atraído de ellos. Sonrió ante la posibilidad de hablarles y prestarles ayuda, pero se detuvo en cuanto recordó que le quedaba poco tiempo para llegar a uno de sus eventos. ¡Por fin lo había logrado! Era su primera victoria, publicar su primera novela. Y no podría retrasarse.
No era el primer evento de promoción pero sí el primero en el que compartiría su historia con otros jóvenes escritores. Tuvo miedo de no ser quien esperaban, tuvo miedo de no tener experiencia. Tembló un poco al caminar y nadie se percató. El estómago se le revolvió y la brisa la hizo despejarse un poco, gracias al cielo. Miró el Museo de Bellas Artes, cruzó esa calle transitadísima, alzó la vista a la Torre Latinoamericana y siguió avanzando entre el gentío. Se perdió entre aquellos edificios que parecían de otro tiempo, se perdió entre el frio y entre sus miedos. Tenía que reponerse, de alguna forma.



En aquel lugar se mezclaban miles de historias, de aventura, terror y romance; se entrelazaban millones de personajes, buenos, malos, confundidos; se prometían cosas, se defraudaban personas, se volvían mundos conectados, mundos increíblemente ideados por la grandiosa mente humana…

Era la clase de lugar en el que podría vivir para siempre. El evento comenzaría pronto. Había otro chico que estaba allí, que era igualmente de México y que según lo que le habían dicho, auguraban que tendría un buen futuro. En cambio él era solo un muchacho español, con un tremendo acento que levantaba revuelo entre las chicas, que solo era disque “leído” por su buen parecido. El muchacho se sentó en la primera de las sillas que destacaban entre aquellas mesas puestas a forma de panel.

La muchacha, a quien reconoció como Sandra Casillas, se sentó en la silla junto a él. La chica mostró una enorme y nerviosa sonrisa perlada que lo hizo sentirse más cómodo.

-Hola. –Saludó él.

-Hola. Eres Rafael Mellado –La voz de Sandra Casillas resultó sorprendida.

-Oh, si. –comentó él. Automáticamente pensó en “otra chica”.

-Soy Sandra…

-Sandra Casillas –murmuró Rafael.

-Vaya, me conoces. He leído tus libros, me parecen fenomenales- dijo sin aliento- De verdad me has transportado a ese enorme mundo, ha sido genial. Simplemente no podía dejar de leer  y…-mientras hablaba,  articulaba con las manos, sonreía, hacía gestos y demás. Rafael la observó.

Sin duda sería ese personaje especial de sus historias, esa alma extraordinaria, excéntrica, única entre los únicos. Suspiró. Ella era el tipo de chica que necesitaba. El tipo de chica que simpatizaba con él, que se emocionaba con las letras, los personajes y los mundos fantásticos. Una idea loca le llegó a la mente. Ella, de blanco… él, esperándola.

-Ejem, ejem –carraspeó una mujer frente a ellos.

Rafael dejó de escuchar a Sandra y odió a la mujer de cabellos rojos, obviamente teñidos, que estaba frente a ellos, indicando que el evento iba a dar comienzo.

-Creo que podemos platicar después de que esto termine, ¿te parece?

Sandra asintió.


Las preguntas iniciaron, Sandra, Rafael y Oscar quien-sabe-qué, el otro joven escritor, comenzaron a responder las preguntas, a interactuar con los lectores, incluso con algunos medios y con los pocos, pero primeros y leales lectores, que ya tenían.

-Esta pregunta es para Rafael. ¿Qué es lo que te ha hecho escribir sobre un mundo fantástico tan complejo y tan genial como el que has hecho para tu libro? –preguntó una chica con aspecto de frikie.

Rafael sonrió.

-Gracias, gracias por el cumplido –dijo con ese increíble acento que despertó las miradas de las chicas. –Verás, a veces este mundo está tan jodido que uno tiene que escapar. Espero que muchos otros también viajen a ese mundo, que escapen de la realidad que a veces os ahoga.

-Pues yo lo hice –murmuró Sandra ampliando su voz por el micro.

-Yo no he tenido la oportunidad, pero te haré llegar mis comentarios, colega –dijo Oscar.


Y siguieron muchas otras preguntas y poco a poco, los nervios de los tres chicos, que no pasaban de los veinte y cinco años, se disiparon.  Cuando el evento hubo terminado, un dúo de chicas se le acercó a Sandra y murmuraron:

-Sabemos que te encanta Harry Potter, así que hemos hecho este dibujo especialmente para ti.

Sandra sonrió y los ojos se le humedecieron en lágrimas, porque era una caricatura de ella misma la que estaba reflejada en el papel, Harry estaba con ella, abrazándola y lo mejor de todo es que también abrazaba al personaje principal de su historia.

-Oh, chicas, esto es hermoso. Muchas gracias –dijo con las lagrimas asomándole por los ojos. Era en verdad hermoso el saber que alguien más se había encariñado también con esos dos personajes que a ella le habían cambiado la vida. –Muchas, muchas gracias.

El propietario de la librería se llevó a Sandra a rastras, porque tomarían algunas fotos de los jóvenes escritores con el resto de los fans, que ya comenzaban a partir.

-Me han dicho que el Zócalo se pone bastante bueno aquí –murmuró Rafael.

-Oh, sí. Es genial –aceptó Sandra.

-Pues a mi me parece lo mismo de siempre –dijo Oscar con un tono aburrido.

-¿Crees poder acompañarme?, no quiero ir solo

-Claro –dijo Sandra.

Y se aventó a las frías calles con aquel muchacho que al igual que ella, soñaba con mundos fantásticos y criaturas míticas. Hablaron y hablaron durante el resto del camino, atravesando las calles concurridas y dirigiéndose hacia el zócalo. En la calle en la que debían atravesar unos hombres vestidos de negro con el logotipo de Santander les entregaron un montón de mini-calendarios.

-No puedo creer que otro año se vaya. Pronto el mundo acabará en el 2012-dijo Rafael riendo un poco.

-Oh, si. Ha sido un año grandioso –Sandra recordó los muchos momentos geniales que había tenido durante el 2010.

-Sí, hemos sido bastante suertudos.

Llegaron al Zócalo, donde la Basílica de –Guadalupe se alzaba imponente. Los visitantes tomaban fotos, los niños reían y lanzaban unas varitas de luz azuladas, círculos azulados volaban por el aire, los pequeños puestos de comida, con algodón de azúcar, papas fritas, churros, tamales, toda clase de comidas.  Algunas madres aferraban a sus pequeños hijos con caras histéricas por tanto gentío, mientras que los niños muy contentos pedían a gritos un globo gigante como el que otros niños tenían. Y la pista de hielo, totalmente enorme y con música electrónica, movida, que acompañaba a los patinadores, algunos inexpertos, otros no tanto.

Sandra y Rafael se miraron, alegres.

-Creo que nos deberíamos hacer una foto de recuerdo –murmuró él y sacó una cámara que hasta el momento la había llevado oculta.  Estiró el brazo con el aparato volteado y tomó una fotografía.

Sonrieron al ver sus caras. Observaron los edificios, adornados con las lucecitas de colores, con los ángeles, las Nochebuenas y el enorme letrero que decía: Ciudad de México.

Solo bastó de un pequeño flash para esos chicos.

Solo un pequeño flash.





El sentido de mis escritos ha disminuido. Lo siento.

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