8.25.2011

El chico de la sonrisa



Un enorme rayo de luz iluminó el camino que conducía hasta su casa.
La tormenta se acercaba…

Deseaba llegar y tirarse sobre el mullido colchón, dormir, solo soñar, despertar al día siguiente y que nada le importase. Ni el trabajo, ni el hecho de que no tuviese amigos o de que estuviese enamorada de su compañero de trabajo, el único que parecía ser un poquitito amable con ella. 

Recordó aquella dulce sonrisa. Sus cabellos negros, sus dientes perlados y derechos, sus labios carnosos y rojos que se estiraban regalándole su alimento de cada día. El solo decía “Hola” y con eso bastaba, porque así lo amaba, tan tímido, tan solo, tan él mismo. Y en sus sueños,  fantaseaba con poder tenerlo a su lado, con poder bañarlo en besos, con hacerlo feliz. 

¿Acaso no podía escuchar su corazón latir tan fuerte cuando lo veía? ¿Acaso le pasaba inadvertida la creciente torpeza con la que manejaba su cuerpo en su presencia? ¿Notaba él las miradas que ella le dedicaba durante largos ratos?
La respuesta la consoló: quizá la timidez de él también fuese un impedimento para estar juntos. 

Quiso dedicarle una canción de amor, quiso cantar con una voz increíble, tocar el piano o la guitarra, quiso gritar que lo amaba. Podía hacerlo, porque estaba en la nada, porque nadie la escuchaba, nadie. Pero no lo hizo, había algo en su interior que la ataba, que le amordazaba la lengua. ¡Maldición! Sabía que él era el hombre correcto: serio, caballeroso, buen chico, honesto e incluso atractivo.

¡Si tan solo me viera! En su cámara interna rogó: veme, solo veme un poco. Soy pasable, no soy hermosa, pero tengo ojos bonitos. Soy una buena chica.

Llegó a casa y aquella chica no pudo más. Lo amaba, ya no podía evitarlo más. No podía evadirlo ahora que lo había visto sonriendo a otra chica. Se maldijo en su interior. Creyó haber sido lo suficientemente buena para él, pero ¿cómo sería buena si ni siquiera podía poner en regla sus sentimientos? ¿Cómo podía ser buena si no era honesta como él? Ella estalló en lágrimas, luego en risas. Conocía al amor, cuando jamás pensó en conocerlo.

La chica rezó esa noche a todos los Dioses, a todos los ángeles. Los llamó y les pidió consejo y fuerza, porque deseaba hacer algo a lo que jamás había pensado atreverse. Esa noche no pudo dormir como hubiese querido, estaba segura de que al mirarse al espejo vería el resultado de pocas horas de sueño. No importa, mañana estaré lista.

Los ángeles habían partido y su mismísimo ángel custodio sonrió, por fin sus plegarias habían sido atendidas por la chica, por fin se estaba dando la oportunidad de ser feliz. Mi querida protegida, susurró. La muchacha cayó rendida, solo podría dormir unas tres horas pero serían suficientes… suficientes para hacerla levantar con alegría. Su alma se deslizó entre mundos coloridos, entre posibles respuestas de lo que haría al día siguiente; vivió, murió y reencarnó en todos sus sueños… Su ángel jamás la abandonó.





Las hojas secas crujieron bajo sus pies, algunas cayeron como copos de nieve, tan suaves y frágiles. No es que fuesen suaves, es que la muchacha las veía así por el amor. Todo parecía nuevo, ahora que iba a dejar que el amor existiera. Se subió a su coche, partió camino a la librería, el lugar en el que trabajaba. Se arregló un poco, viéndose en el espejo retrovisor, antes de salir de allí. 

Al abrir sonó la campanilla. Él ya estaba allí.

-Hola –murmuró él.

-Hola –respondió ella. 

Se sintió insegura. Se maldijo. Rezó. Todo en un segundo. Pidió fuerza, valentía. ¡¿Por qué aquello le costaba tanto?! Se giró un poco, solo para mirar al cielo. Para recordar que los Dioses de todas las culturas y países, que todos las criaturas y los ángeles le estaban apoyando. Sintió como una fuerza extraña la empujaba hacia él, que acomodaba los nuevos ejemplares de un exitosísimo libro. Sus piernas le temblaron, el estomago retumbó en su interior. Su corazón se hincho y ella sonrió esta vez. Con un gesto delicado recogió un mechón de su cabello y lo pasó tras su oreja izquierda. 

-Yo… -se trabó por un segundo y las palabras salieron amontonadas, casi inentendibles, pero él las entendió… porque él también sentía aquello.

Sonrió aquel chico, regalándole otra razón para vivir. 

Su ángel lloraba de alegría. Rozó a ambos con sus alas, escuchó sus corazones emocionados, los suspiros satisfactorios, escuchó sus más puros pensamientos. Ellos no pararían ahora, ahora que estaban frente a frente, simplemente dedicándose una mirada profunda, viva; sus labios estirados, que no podían contener la emoción, la dicha.  El ángel pensó en dejarlos solos por unos momentos, compartir la alegría con el ángel custodio del chico. Ambos ángeles se miraron, con ojos llorosos y felices por sus protegidos. 

Sucedió que la gravedad jaló a aquellos muchachos, sucedió que ambos eran imanes que se atraían. Aquellas criaturas felices gozaron… y comprendieron que aquí y en China, incluso en Marte o en un mundo tangente, el amor es el amor. 

Y en algún otro lugar, alguien más quiso gritar: Te amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escúpelo, que dentro te hace daño.