Esto es sólo una prueba. ¿Les interesa o no? |
Con
sus brillantes ojos observaron a las personas que caminaban en el parque. Julia pensaba que era el momento perfecto para poder conseguir
comida. Entre más gente, más dinero…
Era
de tarde y las personas se refugiaban del tremendo calor bajo la sombra fresca
de los árboles, abanicándose con algunos papelillos que tuviesen en las manos;
las señoras observaban a sus hijos correr y jugar; otros, comían deliciosos
helados para olvidar el bochorno y otros cuantos, disfrutaban de comidas como
hot-dogs, pizzas, papas francesas, esquites o pastelillos.
Julia
escuchó rugir el estómago de su hermanito, exigiendo comida. El de Julia le
hizo coros al primero. No podía esperar más, tenía que ir en búsqueda de algo
que les hiciese olvidar el dolor penetrante en su interior.
─Quédate
aquí─, le ordenó a su hermano pequeño, que la miró atento. ─No te metas en problemas, Rodri.
El
niño de cuatro años la observó partir, atravesando los grupos de personas que
caminaban en la explanada del parque. Rodrigo se tiró al suelo, al pie de la
banca para perder la mirada en las personas que comían; no podía dejar de
imaginar enormes platos de comida frente a él, comer hasta saciarse era lo que
más deseaba. La idea de ir hasta ellos y pedirles un poquito, aunque fuese una
migajita, le cruzó por la mente pero no se atrevió. Además, Rodrigo no hablaba;
ni con su hermana ni con nadie más. Se quedó allí, consiente de que las
palabras de Julia significaban: “No te alejas, no te muevas, permanece
invisible, si alguien te quiere llevar debes gritar… Yo vendré por ti.”
Ya
había ocurrido en otra ocasión, en la que un hombre de aspecto mugriento había
querido llevárselos a ambos. Claro, ése hombre no sabía que Rodrigo era muy
bueno dando patadas ni que Julia mordía tan fuerte que era capaz de arrancarte
un pedazo de carne.
Mientras
tanto, Julia atravesaba la plaza persiguiendo a los grupos de personas,
pidiéndoles en voz tímida: “¿Me regala un pesito? ¿Tiene alguna moneda?”
Algunos le dirigían miradas de lástima, pensando que eran niños explotados y no
les daban nada; a algunas mujeres les temblaba el mentón y dejaban caer uno o
dos pesos en las manitas de Julia. La mayoría de las personas que le daban
algo, dejaban resbalar centavos, que muy difícilmente le servirían en tiendas
que no aceptaban esas pequeñas monedas. Su estómago rugió otra vez y decidió
que ya era tiempo de visitar alguna tiendilla.
─Disculpe,
¿para qué me alcanza? –enseñó las monedas, en su mano acunada, a la mujer que
atendía el establecimiento.
─No
tienes mucho ─dijo la señora regordeta, que sudaba por todos lados. ─Solo te
alcanza para unas galletas pequeñas. ─Fue hasta el armazón metálico que
contenía las diversas clases de golosinas y señaló dos: ─ ¿azules o verdes?
─Verdes
─contestó Julia, pensando en el color de los ojos de su hermano.
Apenas
tuvo las galletas en sus manos, Julia dio las gracias y salió disparada hasta
la banca donde había dejado a Rodrigo. Su
hermano seguía tirado allí, observando a todos.
─Toma,
son todas para ti. ─Rodrigo la miró anonadado, feliz de tener algo que comer.
Abrió desesperado el paquetito y comenzó a tragar sin respirar. Las galletas se
le atoraron en la garganta pero no importaba, porque el estomago recibía muy
bien los trocitos, que contenían chispas de chocolate. Entonces el rugido del
estómago de Julia lo hizo parar; se dio cuenta de que solo quedaba una galleta.
Avergonzado y triste, tocó a su hermana en la mano, que le daba la espalda y le
tendió la última galleta.
Los
ojos de Julia brillaron placenteros cuando dejó que la galleta se aguadara en
su lengua. Le gustaría comer muchas galletas más. Le gustaría jugar como
aquellos niños del parque, que corrían a los brazos de su madre. Le gustaría
que su madre apareciera de la nada y la abrazara, que le tarareara una canción.
No pudo evitarlo: las lágrimas le resbalaron por las mejillas unas tras otras.
Con un rápido movimiento, para que Rodrigo no se percatara, se las limpió con
el dorso de la mano.
─Gracias,
Rodri. Será mejor que vayamos a casa.
Y
los niños se marcharon del parque; buscarían cartones para cubrirse y algún callejón solitario en el que dormir; cuando
rezaran a los ángeles de la guarda ─ y si podían ver las estrellas, con mucha
suerte ─ estarían en casa.
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ResponderEliminarEs muy triste, lindo, pero pues, lamentablemente esto es lo que sucede dia a dia, lo que vemos diario.
ResponderEliminarRealista, cruel y tierna, que mejor combinacion.