10.26.2011

Guardianes Del Alma: Capítulo 1

Esto es sólo una prueba.
¿Les interesa o no?

Con sus brillantes ojos observaron a las personas que caminaban en el parque.  Julia pensaba que  era el momento perfecto para poder conseguir comida. Entre más gente, más dinero…
Era de tarde y las personas se refugiaban del tremendo calor bajo la sombra fresca de los árboles, abanicándose con algunos papelillos que tuviesen en las manos; las señoras observaban a sus hijos correr y jugar; otros, comían deliciosos helados para olvidar el bochorno y otros cuantos, disfrutaban de comidas como hot-dogs, pizzas, papas francesas, esquites o pastelillos.
Julia escuchó rugir el estómago de su hermanito, exigiendo comida. El de Julia le hizo coros al primero. No podía esperar más, tenía que ir en búsqueda de algo que les hiciese olvidar el dolor penetrante en su interior.
─Quédate aquí─, le ordenó a su hermano pequeño, que la miró atento. ─No te metas en problemas, Rodri.
El niño de cuatro años la observó partir, atravesando los grupos de personas que caminaban en la explanada del parque. Rodrigo se tiró al suelo, al pie de la banca para perder la mirada en las personas que comían; no podía dejar de imaginar enormes platos de comida frente a él, comer hasta saciarse era lo que más deseaba. La idea de ir hasta ellos y pedirles un poquito, aunque fuese una migajita, le cruzó por la mente pero no se atrevió. Además, Rodrigo no hablaba; ni con su hermana ni con nadie más. Se quedó allí, consiente de que las palabras de Julia significaban: “No te alejas, no te muevas, permanece invisible, si alguien te quiere llevar debes gritar… Yo vendré por ti.”
Ya había ocurrido en otra ocasión, en la que un hombre de aspecto mugriento había querido llevárselos a ambos. Claro, ése hombre no sabía que Rodrigo era muy bueno dando patadas ni que Julia mordía tan fuerte que era capaz de arrancarte un pedazo de carne.
Mientras tanto, Julia atravesaba la plaza persiguiendo a los grupos de personas, pidiéndoles en voz tímida: “¿Me regala un pesito? ¿Tiene alguna moneda?” Algunos le dirigían miradas de lástima, pensando que eran niños explotados y no les daban nada; a algunas mujeres les temblaba el mentón y dejaban caer uno o dos pesos en las manitas de Julia. La mayoría de las personas que le daban algo, dejaban resbalar centavos, que muy difícilmente le servirían en tiendas que no aceptaban esas pequeñas monedas. Su estómago rugió otra vez y decidió que ya era tiempo de visitar alguna tiendilla.
─Disculpe, ¿para qué me alcanza? –enseñó las monedas, en su mano acunada, a la mujer que atendía el establecimiento.
─No tienes mucho ─dijo la señora regordeta, que sudaba por todos lados. ─Solo te alcanza para unas galletas pequeñas. ─Fue hasta el armazón metálico que contenía las diversas clases de golosinas y señaló dos: ─ ¿azules o verdes?
─Verdes ─contestó Julia, pensando en el color de los ojos de su hermano.
Apenas tuvo las galletas en sus manos, Julia dio las gracias y salió disparada hasta la banca donde había dejado a Rodrigo.  Su hermano seguía tirado allí, observando a todos.
─Toma, son todas para ti. ─Rodrigo la miró anonadado, feliz de tener algo que comer. Abrió desesperado el paquetito y comenzó a tragar sin respirar. Las galletas se le atoraron en la garganta pero no importaba, porque el estomago recibía muy bien los trocitos, que contenían chispas de chocolate. Entonces el rugido del estómago de Julia lo hizo parar; se dio cuenta de que solo quedaba una galleta. Avergonzado y triste, tocó a su hermana en la mano, que le daba la espalda y le tendió la última galleta.
Los ojos de Julia brillaron placenteros cuando dejó que la galleta se aguadara en su lengua. Le gustaría comer muchas galletas más. Le gustaría jugar como aquellos niños del parque, que corrían a los brazos de su madre. Le gustaría que su madre apareciera de la nada y la abrazara, que le tarareara una canción. No pudo evitarlo: las lágrimas le resbalaron por las mejillas unas tras otras. Con un rápido movimiento, para que Rodrigo no se percatara, se las limpió con el dorso de la mano.
─Gracias, Rodri. Será mejor que vayamos a casa.
Y los niños se marcharon del parque; buscarían cartones para cubrirse y algún  callejón solitario en el que dormir; cuando rezaran a los ángeles de la guarda ─ y si podían ver las estrellas, con mucha suerte ─ estarían en casa.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Es muy triste, lindo, pero pues, lamentablemente esto es lo que sucede dia a dia, lo que vemos diario.
    Realista, cruel y tierna, que mejor combinacion.

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Escúpelo, que dentro te hace daño.