La persona que quería, la persona que yo no veía a diario, pero que esperaba cada fin de semana, se fue. Partió de este mundo. Solo me han quedado unas viejas fotografías, unas nuevas que he sacado, muchos recuerdos, muchos pensamientos… Pero sobre todo, ha dejado un enorme vacío. Hoy, por primera vez, pienso redactar lo que sucedió aquella mañana del 20 de Septiembre.
Habían pasado solo seis días de mi cumpleaños. Había sido un mal mes, aún cuando había pedido vía facebook “Septiembre, se bueno conmigo”. No, Septiembre no fue bueno conmigo, ni siquiera un poquito. Tuve muchas crisis y mucho dolor… pero aquel martes fue el peor día del mes.
Todo comenzó cuando el lunes por la mañana sonó el teléfono y pensé: Mi tía ha muerto. En efecto, mi hermana irrumpió en la habitación para decirme la mala noticia. Pensé que aquel suceso tenía aspectos positivos y negativos. En primera, ni mi tía ni las personas que la cuidaban sufrirían. Ya descansarían ambas partes. Lo negativo, por supuesto, era que la extrañaríamos. No dolió mucho, porque en cierta forma lo esperaba y habían pasado muchísimos años desde que no la viera. Así que solo abracé a mi familia y estuve de acuerdo en partir al pueblo en el que sería sepultada. Tomamos nuestras cosas y fuimos hasta allá. Un viaje de varias horas, en el que el autobús se retrasó, mi hambruna atacó y los dolores de cabeza se hicieron presentes. Al llegar, no tuve miedo en ir a ver a mi tía. Derramé unas lagrimas, pues recordé aquellos momentos en que me recibía con tanto cariño y con el dulce aroma de su cabello. Los recuerdos me acecharon y sí, lloré. Pasé la noche entre montones de personas que llegaron a ver a la familia, a dar la limosna y a dedicarles unas plegarias.
En la mañana siguiente, los hombres de la banda musical llegaron. El tío Juan llegó al evento y mi padre envió a los niños a saludar a su tío abuelo. Una de mis hermanas observó a los pequeños, abrazándolo. Dicen que algunos hombres que estaban cerca, le preguntaron si eran sus nietos. Él respondió que no, que eran los nietos de su hermano, pero que a él lo querían mucho. Yo, me limité a verlo por el reflejo del cristal y pensé en saludarlo más tarde. Mi hermana, solo se limitó a observarlo.
Llegó el momento en que los músicos comenzaron a tocar esa melodía que reaviva el dolor. La familia pasó a despedirse del cuerpo y el ataúd fue sacado de la casa. Una de mis hermanas le pidió a mi tía: Si te lo vas a llevar, llévate lo rápido, que no sufra. Por supuesto, mi hermana pensó que si mi tía decidía llevarse a alguien con ella sería mi padre, pues a él lo buscó mucho en su lecho de muerte. Se hizo el respectivo recorrido de la casa a la iglesia en la que habría una misa en su nombre. Al salir del templo, me encontré a mi Tío Juan. No sabía que era la última vez que escuchaba su voz.
─ Tío, buenos días ─ saludé.
─‘Mija, ¿cómo estás? ─ dijo el al mismo tiempo en que yo le preguntaba: ¿Cómo está, tío?
Él no respondió a mi pregunta. Así que respondí a la suya.
─Bien, tío. ─ No se me ocurrió volverle a preguntar. Ese hecho me trastornó en los momentos siguientes. Quizá, si hubiese vuelto a preguntar…
Recuerdo que mi madre y otra de mis hermanas, se unieron a nosotros. Lo saludaron. Él habló un poco con ellas, pero no dio señal alguna de sentirse mal. Nos separamos de él y reanudamos el camino al panteón. Mi padre, por la enfermedad que padece, subió a un coche y se evitó la pena de caminar. El resto de la familia continuó el recorrido a pie, siguiendo la camioneta que llevaba a mi padre y el ataúd.
Entonces la gente empezó a decir que algo había ocurrido, porque había un grupo que se arremolinaba contra una de las aceras e incluso la camioneta se había detenido. Pensé con horror en mi padre: ¿y si se había caído? ¿Y si se había tropezado y lastimado algún hueso? Entonces recordé que él iba en la camioneta. Sentí alivio. Mi hermana gritó, buscando a mamá. ¡”Es mi tío, Ana! Es mi tío” gritó. No sé cómo, pero me acerqué y vi el cuerpo de mi Tío Juan tendido. La noticia se desperdigó entre todos los que acompañaban el cuerpo: se trataba de Juan. ¡Pero si había estado platicando con ellos!
Mis hermanas gritaban. Mi mamá también. Una de mis hermanas llegó a olvidarse de sus hijos. Contemplé la escena, diciéndome que eso no estaba pasando. La hermana que pidió a mi tía que se lo llevara rápido, gritaba a todo pulmón. Yo la tomé por los hombros y le aseguré que él iba a estar bien. La verdad es que trataba de convencerme a mí misma. El caos se reinó. Hicimos las llamadas oportunas a la familia de mi tío. Mi hermana quería saber cómo estaba él, pero los doctores seguían dándole los primeros auxilios. La ambulancia llegó, después de lo que nos parecieron horas. No tenían oxígeno. Entonces tuvieron que subir a mi tío en la ambulancia y llevarlo hasta la ciudad más próxima. Mi hermano, que estaba cerca de la ambulancia, cuidando a sus hijos y sus sobrinos, lloraba en silencio. Él me comentó después que escuchó decir a los doctores que ya no había nada por hacer. Pero nos mintieron y dijeron que estaba vivo aun…
Recordé en mi mente la forma en que vi su cuerpo tendido, vi cómo le rompían la camisa y abrían su pantalón, para que pudiese respirar. Quise ser doctora en ese momento y ayudarlo. Pero me quité de allí, para no estorbar.
Nos llevaron a la casa de enfrente, que según es de un primo lejano o algo. Una chica se acercó a mí y me abrazó. Me abrazó como ninguna otra persona me ha abrazado. Una total desconocida me ofreció su apoyo incondicional. Ella ofreció su hombro para que llorara. Unos enfermeros checaban la presión a mi mamá, los niveles de glucosa, etc., etc., etc. No querían más tragedias. Yo me tranquilicé, aunque algo en mi me decía que eso aun no había acabado. Hubo personas que se ofrecieron a llevarnos a la casa de mi tía, la que había fallecido. Mi papá volvió a subirse en una camioneta. Fui a verlo y lo vi llorar. Recordé que solo lo había visto derrumbado en una ocasión: la muerte de su padre. Ya había perdido una hermana, no podía perder a otro hermano…
Mi familia se encaminó a la casa de mi tía, ahora de mi tío, supongo. Yo me rezagué y me quedé allí, sin saber porqué. Estaba sola, ahora. Ni siquiera mis padres ni mis hermanos estaban allí. Otro tío estaba realmente mal. Él también había perdido a una hermana el día pasado, no podía perder a un hermano. Gritó que él también quería morir. La gente que lo rodeaba le apoyó. Dijeron que se tranquilizara, porque no podían perderlo a él también, que no dijera eso, que su esposa, hijos y nietos lo necesitaban… Se tranquilizó.
Recuerdo que yo tenía sed, pero no quise pedir agua. Me senté en el borde del corredor y me quedé observando las piedras. Había un montón de gente desconocida allí, pero por primera vez en mi vida, eso no me importó. Seguí observando las piedras y entonces me encontré un billete de cien pesos. Jamás me encuentro dinero, pero ése día de dolor tuve… ¿suerte? Escuché que un celular sonaba y vi a mi tío contestar. La expresión de su rostro, que no puedo describir, y el sonido que produjo, me indicaron que mis peores temores se habían vuelto realidad. Mi tío Juan estaba muerto.
El dolor que sentí, no es descriptible. Sentí demasiadas cosas que ni siquiera sé qué fue lo que sentí. Volví a llorar y la chica desconocida me volvió a abrazar. Mi hermano regresó a esa casa y partí con él para reencontrarnos con mi familia. Estuvimos en otra casa durante unos minutos, hasta que nos avisaron que el cuerpo estaba en la casa de mi otro tío.
Fuimos allí. Mi tío Juan sonreía. Estaba cubierto con una manta blanca, sus manos puestas sobre su pecho, enlazadas y cubiertas por la tela. Le toqué sus manos y el frío de la muerte me caló el cuerpo entero. Ahí estaba mi querido tío, el que me compraba cacahuates cuando era pequeña, el que había querido matar a su perro cuando éste me había mordido. El hombre que me había regalado chivos, que me llamaba por mi cumpleaños, que siempre me llamaba “’mija”.
Allí yacía un maravilloso hombre.
Los recuerdos me bombardearon durante mucho tiempo. Todo me lo recordaba. TODO. Lloré durante muchos momentos, sufrí… narré en hecho a muchas personas, pero el dolor no se iba. Hoy, mientras tenía un tiempo para mí, me di cuenta que había recordado la muerte de mi tío en los días pasados. Entonces me dije que no podía olvidarlo. Quiero olvidarlo, para matar el dolor. Pero a la vez no quiero, porque su muerte me recuerda que él existió.
Wow Attomic... lo siento mucho por ti, a mi me pasa igual con mi abuela... Tambien quisiera olvidarlo, pero como tu, se que asi recuerdo que existió... el unico consuelo es que estan mejor que nosotros y aunque suene cursi, en nuestros corazones.
ResponderEliminarArriba el animo Ana, que la vida es para sonreirle ;)
Besoos
Ay dios... Ana, lo siento tanto...
ResponderEliminarPero como buena Potterhead que sos, lo sabes muy bien: QUIENES NOS AMAN NUNCA NOS DEJAN.
Fuerza :)