2.24.2019

h o m e s i c k

Recuerdo que, desde que era más joven, miraba al cielo, de día o noche, y me preguntaba cómo se vería desde otra ciudad. Soñaba despierta con marcharme de casa, tomar mis cosas y dejarlo todo y a todos para alejarme de toda la mierda que tenía dentro. 

Y de pronto, un día, decidí marcharme. Llegó la noche en que tomé mi maleta, me despedí de todos, me subí a un coche rumbo a la estación de autobuses, con un boleto sin fecha de regreso y me fui. Me fui lejos, aunque no tanto, pero me fui.  
Algo dentro de mí se desgarró. 

Se desgarró tan fuerte que me atacó a mitad de la sala, en una ciudad lejana, estando sola, mientras intentaba encontrar sentido a todo. Lloré ruidosamente como cuando era pequeña y solo quería a mi madre para que me abrazara y juntara las partes que se habían desgarrado dolorosamente. Me desgarré un poco más al pensar en ella. 

Quería estar de regreso porque toda la mierda que sucedía dentro de mí no tenía sentido, ni aquí ni en casa; mi familia no era tan mala, las discusiones diarias eran soportables, los chantajes no eran tan graves y la sensación de estar estancada era tolerable. Solo quería regresar a casa y estar con mi mamá. 

Dolía terriblemente. No tener a nadie con quien hablar, gatos a los que acariciar, un perro con el que pelear, a papá para hacer chistes malos, sobrinos para molestar, amigos con quién platicar. Encontré trabajo, conocí a personas lindas, pero no era parte de ellos. ¿Alguna vez lo sería? Durante muchos años sentí que no tendría lugar jamás y esa sensación estaba regresando. Las náuseas por la mañana, los ataques de tos que me hacían querer vomitar, las ganas incansables de lastimarme. Me rasguñé interminables veces para luchar contra las ganas de lastimarme. 

Dolía. 

Dolía absolutamente todo: sumergirme en un trabajo que no dominaba, ni domino aún; estar con personas a las que yo no habría escogido, pero que simplemente se estaban ganando, poco a poco, mi corazón; perderme incontables veces en la ciudad, siempre con el google maps abierto y el terror de no poder regresar a casa con bien. Así la rutina, que poco a poco se convirtió en una normalidad y me hizo sentir menos ansiosa. Las náuseas se fueron, los ataques de tos disminuyeron, las ganas de lastimarme también. 

Ahora estoy acostumbrada a no tener a nadie. A hablar con todos por redes sociales, pero no tener a nadie a quién contarle las cosas de frente. Estoy sola y me gusta, aunque, aun así, hay días en los que despierto con una tremenda añoranza y solo quiero regresar a casa. Abro google maps y busco la casita verde. Me imagino caminando por la calle y abriendo ese portón, recorriendo el pasillo, diciéndole a todos, gritando, que he llegado a casa. Quiero verlos. Quiero estar ahí. 

Pero no me malinterpreten. Estoy muy contenta de estar donde estoy: de conocer, disfrutar, perderme, desgarrarme un poco más. Soy más intrépida que antes y eso me gusta de mí. 



Me gusta esa palabra en inglés homesick. Así, de manera literal, enferma por regresar a casa. Nostálgica. 

Y hoy, es uno de esos días. 

1 comentario:

  1. Wow, me encanta y me siento muy identificada aunque en mi caso aun no soy capaz de independizarme por falta de medios económicos. Aunque creo que cuando llegue el día tendré una sensación muy parecida, pues mi casa es lo único que he conocido en toda mi vida y me siento protegida en mi habitación, pasando en mi cama horas interminables, pero a la vez el ambiente es muy malo y hay una persona muy tóxica con la que me veo obligada a convivir. Me maravilla esta entrada, muchas gracias por compartirla.

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Escúpelo, que dentro te hace daño.