Tanto dolor en mi pecho. La gente alborotándose. Una
desconocida me abraza. Él estará bien, repito. El sonido de la ambulancia. La espera. Voy hasta la camioneta. Miro a mi padre.“Mi tío Juan. Mi tío Juan”, digo. “Ay, mi madre”,
me dice papá, aferrándose a mi mano. Lo único que puedo pensar es que él no
puede dejar a mi papá. “Estará bien”, me digo en un susurro lloroso en mi
mente. Pero sé que no puede estar bien. Mi hermana se ha ido en algún coche.
Detrás de la ambulancia. Las personas desconocidas dicen que es mejor ir a
casa, para esperar. Por alguna razón me rezago. Me quedo en una casa de
desconocidos. No hablo con nadie. Solo veo las piedras. Encuentro un billete de
cien pesos. Lo tomo sin saber porqué. En otro momento me habría alegrado
encontrar un billete. Mi tía está camino al panteón, para ser sepultada. Mis
primos lloran por la partida de su madre. Mi tío también. Ahora yo lloro porque
mi otro tío, el más cercano a mí, tuvo un infarto. Y recuerdo cómo le cortaron la camisa, cómo
intentaba respirar. No pude hacer nada. No pude gritar, no pude ponerme
histérica. ¿Quién iba a cuidar a los niños?
Debía tener el control. “Mi tío Juan”. Y recuerdo cuando él llegaba a
casa, me saludaba. Cuando era pequeña, me compraba cacahuates. Me daba dinero y
decía que era para un refresco. Recuerdo
estar en el comedor y escuchar el teléfono, mi madre contestando y alarmándose.
El primer infarto. Éste es el segundo. Pero a éste lo he visto. He visto como
mi Tío Juan intenta tomar aire y no puede, como un pez fuera del agua. Tanto
dolor en mi pecho. Y lloro silenciosamente. No sé en casa de quién estoy, ni
quién llora en el interior de la casa. No conozco a nadie. Entonces volteo y miro a mi Tío Nito.
Contesta su teléfono, a mitad del patio. Veo, por la expresión de su rostro y
su cuerpo, que él no está bien. Y lloro más mientras voy hasta él. Quiero
gritar cuán injusto es todo. Siento cómo
el flujo caliente cae de mi nariz, sobre mis labios. Pero no importa. Los mocos
y las lágrimas no valen nada. Mi Tío Nito dice que ya no quiere vivir más. Que
es mejor morir también. La gente le dice que no diga eso. Que aún tiene razones
para vivir. Y entonces me calmo. Y trato de aceptarlo: Tío Juan se ha ido. Se fue y nos dejó. Dejó a mi papá. Me dejó a
mí, cinco días después de mi cumpleaños número veinte. Respiro profundamente, porque debo calmarme. No
sé qué hacer. No sé cómo llegar a una casa conocida. Estoy en un pueblo que no
he visitado desde hace más de diez años, desde la muerte de mi abuelito. Pienso
en él. Pienso en mi padre, que consideraba a Tío Juan como un hermano, sin
importar que no tuviesen el mismo padre. Estoy más calmada. Las personas se van
y me quedo un poco sola en el patio. En la distancia, veo aparecer a mi
hermano. Viene con su esposa y su hijo. Estoy más calmada. En el camino insinuó,
porque no me atrevo a decirles directamente, que mi tío Juan ha muerto. El aire
es frío, como siempre en ése pueblo productor de energía eólica. Llego a la
casa de mi Tía María, quien ha muerto el día anterior. Dicen que el cuerpo de
Tpio Juan estará en casa de otro tío, a solo una cuadra de allí. Esperamos
hasta que nos dicen que el cuerpo ha llegado. Entonces vamos y atravieso el
patio. En el corredor de la casa sé que lloraré. Y lloro mucho cuando veo su
cuerpo cubierto por una manta pulcra y blanca, su rostro pacífico y
sonriente. Los recuerdos me persiguen.
Lo saludé solo dos horas antes. Me preguntó cómo estaba pero yo no le devolví
la pregunta. Sus manos están enlazadas sobre su pecho. Me acerco a él y las
toco. Ah, el frío de la muerte. El mismo del cuerpo de mi abuelito. Mi padre
llora. Mi madre también. Ella le reclama: ¿por qué no nos dijiste que te
sentías mal? Quisiera regresar el tiempo. Pero no puedo. Me obligo a calmarme,
nuevamente. Y ése es mi error más grande:
calmarme.
Han pasado cuatro meses y una semana. He soñado con él tres
veces. Me sonríe. Aún duele. Aún creo que vive en el pueblo y que regresará
este fin de semana, como solía hacer. He
visto a todos llorar por él. Los demás, generalmente, buscan a alguien para
llorar. Pero yo no puedo. No por vergüenza, sino por falta de confianza. Y por
eso escribo hoy esto, porque solo tengo a mis preciadas palabras para poder
expresarme.
Esta noche estoy llorando.
Claro que te sonríe, Annie. Por supuesto que sí. Él es tu ángel. Claro que te sonríe.
ResponderEliminarFuerza, corazón. Si necesitás algo, ya sabés donde encontrarme.
Te quiero, bonita <3
he descubierto este blog recientemente y me parece maravilloso. enhorabuena. Yo estoy empezando con el mío, si alguna vez lo visitas me gustaría saber que os parece.
ResponderEliminarwww.lapizsobreblanco.blogspot.com
Ana, si sueñas con el es por que está ahi con tigo, animo Anita, animo. "Donde esté tu tesoro, estará tambien tu corazón" (:
ResponderEliminar