Él se enamoró

Él se enamoró como pensó que jamás podría, observándola con paciencia, día tras día. Pero ella no se percataba del amor de sus miradas ni de la forma en que él suspiraba.

Y el tiempo pasaba. 

Él iba todos los días porque sabía que ella estaría allí. Le encantaba observarla, embelesarse en la mirada de ella, que jamás dejaba de perderse en el gran lago que había frente a ellos. No había día alguno en que ella no fuese a sentarse en una de esas bancas ni día en que él perdiera el espectáculo que ella le ofrecía a su alma. 

Y el tiempo continuaba pasando. 

Él se decía a sí mismo que ella no podría ir a ese lugar para siempre, que en algún momento no la vería más, que era importante sacar valor e ir hasta ella. A veces creía notar que ella también lo miraba, ¿pero cómo podría alguien como ella llegar a notarlo siquiera? 

Las hojas de los árboles cambiaban de color, como el cielo cambiaba de tonos azulados brillantes a unos completamente grisáceos. 

Él la observaba y ella se perdía en el lago, a veces regresando a la realidad, a veces dejando que sus ojos vagaran por los árboles, el camino y la banca donde él la observaba. Y aunque lo intentaba, él no encontró el valor para pararse frente a ella y decir hola, comenzar algo. Y ella jamás obtuvo el valor para mirarlo por más de unos cuantos segundos ni de despegar la mirada del lago, que le servía para refugiarse del nerviosismo que crecía en su ser al notar la mirada de él. Y él realmente le gustaba.

Y el se enamoró. Y ella también.